Como algunos sabréis, pocos días después de terminar bachillerato, mi hermana mayor me recordó que tenía la oportunidad de irme a estudiar lo que quisiera a Granada, así como todas las ventajas que ello tendría. La idea me atrajo enseguida. En fin, ¿por qué no? La emoción de ir a vivir a otro sitio, estudiar allí, buscarte una habitación (cubículo) de estudiante (subencionado por una jugosa beca, ejem), y por supuesto, el siempre recurrente tema de madurar.
Era una idea sin duda excitante, y me la habían vendido bien. Pero claro, una decisión así de fácil no se toma a la ligera, y menos cuando entra en tu vida una segunda opinión: una segunda opinión de otra persona que no veía tan claro (al contrario que mi hermana) que me encontrara preparado para afrontar eso.
Decía además que mi problema principal radicaba en lo muy a la ligera que había tomado la decisión, así como tantas otras decisiones que solía tomar en mi vida. Y joder, ¡era verdad! En aquel momento toda claridad desapareció, y traté de registrar todas las opiniones y consejos que pudiese. Soy una persona abierta, y escucho absolutamente todo lo que me dicen... pero eso tiene el inconveniente de que me dicen "¡HAZLO!" y pienso "¡Voy a hacerlo!" y me dicen "¿Seguro que estás preparado?" y pienso "Es cierto, no debo de estarlo".
Mi cabeza era un constante conflicto y dilema, sin tener ni idea de qué elegir. Por un lado me dicen que no todas las decisiones son correctas y que no de todas se aprende; y por otro que no se trata de lo que escojas, sino de cómo lo escojas, o el por qué lo escojas: que no se trata del camino, sino de la elección. Genial, muy sabio... pero yo seguía hecho un lio.
Todo eran pros y contras. Todo tenía ventajas e inconvenientes. ¿Por qué no elegirlo a cara o cruz? Sencillo. No se trata de que da igual qué escoja, porque al final todo servirá; ni tampoco se trata de que un camino sea el correcto y otro la perdición. Se trataba de que un camino lo escogería de la forma adecuada, por los motivos adecuados. Mientras que el otro, lo escogería por los motivos incorrectos, de la forma equivocada. Por eso no era tan fácil.
¡Argh! ¿Por qué? ¡¿Por qué tenía que ser tan puñetero?!
Claro, en Sevilla cuento con la familiaridad, la comodidad, la estabilidad, los amigos, etc...
En Granada puedo contar con nuevas experiencias, un ambiente muy saludable (y por la experiencia de todos, mejor que el de Sevilla), madurez, responsabilidades, gente a la que recurrir si me encontraba en problemas (mi buen cuñado Prieto o mi hermana Tere), conocer gente, etc...
Entonces, ¿qué lo hacía tan difícil? ¿Por qué, eligiese lo que eligiese, no me sentía bien? Si me iba a Granada, me sentía mal porque pensaba que no estaba preparado y me perdía cosas aquí, y si me quedaba en Sevilla, me sentía un cobarde por no haberme arriesgado. Porque es cierto que a veces en la vida, hay que arriesgarse. A veces es muy jodido, y a veces trae consigo heridas muy duraderas. A veces merecerá la pena, y a veces no... Pero hay cosas que solo las consigues con arreisgarte. Y me decían "¡arriésgate!" y me decían "¡piénsatelo!".
Llegué incluso a sentirme mal conmigo mismo: ¿Por qué me influencian tanto las opiniones de los demás? ¿Cómo puedo ser tan pusilánime? ¿Será esto una prueba de que no estoy preparado? ¿O será una prueba de que necesito una experiencia como la de Granda?
Yo solo quería una cosa: tomar la decisión correcta. Y una noche fue eso lo que le pedí a Dios: "Ayúdame a tomar la decisión correcta".
Sé que tomaré la decisión correcta. Lo sé porque cuando lo haga, notaré esa especie de calidez en el corazón que me acaricia cuando sé que todo va bien, que soy fiel a mí mismo, y que estoy haciendo lo correcto. Esa sensación de estar completamente afinado.
Lo vi claro. Comprendí por qué, eligiese lo que eligiese, no era feliz. Es cierto que hay que escuchar los consejos que te dan... Pero yo no los escuchaba: los seguía. No puedes esperar tomar una decisión si la basas en criterios que variarán siempre según la persona. Mi decisión no podía basarse en lo que me dijesen, y ahí estaba mi error.
Unos querían que me fuera. Otros, que me quedara.
Y encontré la decisión correcta cuando me hice esta pregunta: "¿Y qué es lo que yo quiero hacer?"
Y mi corazón se encendió con una pequeña calidez, parecida a la que sientes cuando tu madre te arropa en una fría noche de invierno con un edredón, y con esa harmonía que siento cuando escucho las seis cuerdas recién afinadas, o cuando logro sacar la nota exacta en el piano.
Tras semanas de dilemas, me sentía tranquilo. Me sentía en paz. No había margen de error. No sabía si la decisión iba a llevarme a la felicidad o a la perdición, pero sabía que era la decisión correcta, porque así lo sentía, porque así era. Porque elegí correctamente.
Y ahora, tomada por fin mi decisión, me dispongo a pasar un gran verano, y a no pensar en ella mientras dure. Ya me despertaré cuando acabe septiembre.
P.D: Gracias a todos por vuestros consejos. Creedme, los tuve en cuenta.