Saturday, March 26, 2011

Si de mí dependiera, te haría la persona más feliz del mundo.

No es una promesa. Es un deseo.

Porque no puedo hacer promesas. No puedo ver más allá de ahora mismo.

Pero no depende de mí. Esa es la gracia. Así es como debe de ser. Me gusta que sea así.

Me gusta no saber qué pasará la próxima vez que nos veamos, si habrá algún día en que las cosas se tuerzan o se coloquen en su lugar. Solo sé quedarme mirando a la nada. Sonriendo, a veces triste. Pero no depende de mí.

Ojalá pudieras hacer algo al respecto. Pero no depende de mí. Depende de ti. Pero tampoco depende de ti.

Supongo que ahí está la gracia. Que depende de los dos. Y ninguno de los dos hará nada, ¿verdad? Seguiremos como estamos, mirando a la nada. Sonriendo, a veces tristes. Mirando a la nada.

Tuesday, March 15, 2011

Amazing Grace




Esta noche he tenido un sueño. Uno de esos sueños hiperrealista en el que ni te planteas por un segundo que sea un sueño, en el que sientes claramente que es real porque, ¿cómo no va a serlo? Vives vidas enteras, pasan los días a tiempo real, las horas fluyen... todo normal. Hasta que no te despiertas ni sospechas que pueda tratarse de un sueño.

¿Y cómo describes la sensación que tienes cuando sabes que es tu último día? Ni siquiera recuerdo cómo me enteré en el sueño, si me lo dijo un médico o si sencillamente lo supe, pero supe que solo me quedaba un día de vida. Recuerdo lo que fue ver mi último atardecer. Especialmente saber que sería el último.

No tenía miedo. En parte estaba en paz conmigo mismo, no tenía miedo a morir. Pero aún así tenía miedo. Tenía miedo de no poder decir todo lo que quería decirle al mundo. Había tantas personas con las que quería hablar, y tanto que decirle a cada una.
Tenerlo todo preparado y bien atado antes de marcharme. Las últimas palabras.

No logré dejar en herencia todo lo que quise. No di todos los abrazos que me hubieran gustado. En momentos así, ¿hay algo lo bastante bueno para ser lo último? ¿Hay algo que esté a la altura? ¿Estás tú mismo a la altura de los acontecimientos, listo para mirar a alguien a la cara y darle el último abrazo de despedida? ¿Listo para no llorar y ser firme? Es difícil. Al mismo tiempo todo lo que no tiene importancia desaparece de tu cabeza. Aprendes a que te de igual. En cierto modo, esperas que tus últimos momentos sean sonriendo, de esa manera tan natural e inocente que no necesita ningún motivo.

Curiosamente, me planteé venir a este blog para escribir una entra
da que se llamase "El último post" o "La despedida" o algo así, algo para que esta parte de mi vida quedase cerrada.

Cogí el teléfono para hacer una última llamada. Era algo que sabía que tenía que decir antes de morir, tenía que hablar con esa persona. Tenía que decirlo. El teléfono ocultó la pantalla, no podía ver nombres ni números. Tras mucho esfuerzo conseguí llamar al fijo, pero no había forma de contactar. Dicho aquí no suena a gran cosa, pero en el sueño fue como si el mundo conspirase para que no lograse hacer esa llamada. Pero finalmente logré llamar al móvil. Y contestó. Y cuando me dispuse a soltarlo por fin, me desperté.

Supe que era un sueño, supe que no me estaba muriendo. Supe que si fuese así, tendría mucho que decir a muchas personas. Y no sé si un día sería suficiente.

Pero por si este es el último post que logro escribir, os quiero.


Sunday, March 13, 2011

Una bolsa de plástico


Echo de menos una bolsa de plástico. Echo de menos esa parte de mí que ha quedado atrás, esa parte que andaba por la calle y se quedaba mirando a la nada. Quizás han ido acumulándose cosas, pero no sé... Antes había algo más.

Antes pensaba sobre muchas cosas, y ninguna de ellas tenía la más mínima importancia. Pero todas juntas eran como un corazón latiendo, al ritmo del viento. Todo tenía belleza a su manera. El cielo y las nubes grises, el olor de la lluvia y el frío. Antes el frío no era frío. Era cálido. Contemplaba el cielo y sentía que era como mirar al mar. Como mirarme a mí mismo, reflejado.

Paseaba por Sevilla sin ninguna razón. Cogía el autobús, absorto completamente. Después comenzaba a caminar. Me paraba en la Plaza Nueva. Me paraba en las calles. La gente pasaba de largo y nadie tenía nombre. Nadie necesitaba nada. Nadie tenía una historia. Todas las historias se hacían una porque ninguna tenía una historia. Ninguna contaba nada. Todas sonaban al unísono, junto al viento. Y yo estaba solo, sin más preocupación. No había nada que me levantara del suelo. No había nada que me atara al suelo. Sólo caminaba. Contaba historias en mi cabeza, pero ninguna tenía palabras.

Echo de menos pararme a contemplar el mundo. Había algo más, más allá de los ojos. Escuchaba y entendía. Contemplaba. Comprendía. Olvidaba. Recordaba. Sentía. Lo más bonito de todo es que no hay recuerdos concretos. Todo son imágenes en mi cabeza. Un cielo gris y un viento frío.
Echo de menos no tener que recordarlo. Lo que es estar parado junto al mundo. Todo girando y girando. Sonriendo. Comprendiendo. Hablándole. Hablándole a Dios. Hablándole a la Nada.

Las campanas en mi cabeza. Los violines. El piano. La música. La letra. La canción. La belleza. La vida. La sonrisa. La Esperanza. La seguridad. Estoy tranquilo. La vida sigue. Y ahora mismo estoy sonriendo, mientras escribo esto porque es como si algo dentro de mí me hubiese agarrado la mano, el corazón, y me hubiese dado un abrazo para decirme la belleza sigue. La belleza no se marchita. Dios sigue hablando. El viento sigue soplando. El gris continúa en el cielo. El sol sale y tú comprendes que mañana seguirás. Ahora estoy triste y preocupado. Dios sigue hablando, pero nadie escucha. No escucho. No hablo. No hay nada. No hay momentos para esto. Todo se congela. Oculto y escondido. Las palabras fluyen. Hablo con nadie. Hay silencio. Y hay música.

Monday, March 07, 2011

Mis tesoros



Bueno, ¿cuántas frases típicas hemos oído y hemos dicho, sin pararnos a pensar en si nos las tragamos? Hoy voy con una clásica: La intención es lo que cuenta.
Esa frase se oye mucho, entre otras cosas, con los regalos. Que no importa el dinero que inviertas, o si has acertado o no. Que lo que cuenta es el amor que le has puesto, las ganas de ver contenta a la otra persona.

Otras muchas veces solo es una excusa. ¿Recuerdas acaso la última vez que esa frase tuvo sentido para ti?

En mi último día de prácticas empecé la primera hora con una clase de 2º. Y se me acercó una niña con una tarjeta, para después decirme "He estado casi toda la noche coloreando". Cuando crees que semejante gesto no puede dejarte el corazón más vulnerable, otra niña, al ver que recibía un regalo, va corriendo a su mochila y decide improvisar el suyo; algo que sé que es muy valioso para ellos: una colección de gomillas. Gomillas de esas que tienen formas (de estrella, de animalitos, etc). Y me las entrega. No sé si fue el gesto o la cara de ilusión que tenía cuando me las dio. Pero fuese lo que fuese, esas gomillas dejaron de ser simples gomillas.

No solo estaba emocionado por los gestos. Estaba emocionado porque un profesor de especialidad (música en mi caso) nunca recibe semejantes detalles. Estas cosas suelen quedar reservadas a los tutores en prácticas, que se pasan un mes con una misma clase. Así que, sintiéndome muy afortunado seguí con mi mañana. Me quedé un rato en el recreo en una clase de 5º porque no habían terminado el examen, y entonces apareció un pequeño grupo de una clase de 3º. Después me comunicaron otros profesores que me habían estado buscando todo el recreo. Todo para entregarme una nota firmada por toda su clase deseándome suerte y con un detalle extra que les había enseñado solo unos días antes (leer una frase de Muchachada Nui en una tarjeta de despedida infantil, sencillamente, no tiene precio).

Y cuando estoy disfrutando de mi último recreo (o bueno, de sus últimos 10 minutos) una alumna me entrega una última carta con una única frase.

Todos esos regalos no suman más que un puñado de céntimos en valor de dinero. Pero los tengo ahí, guardados. Como si fuesen tesoros. Bueno, sin el como. Mis pequeños tesoros. Con más valor que todas las riquezas del mundo.

Claro que estos son los tesoros que puedo guardar en una caja. Los materiales. Porque tengo otros que son mucho, mucho más valiosos. Y es que Jesús suele acertar tras tantos años de enseñanza: "Esta es tu recompensa tras el duro trabajo: El cariño de los niños".
Lo que cuenta es la intención, dicen. Desde entregar una colección de gomillas hasta despedirse con la mano a lo lejos.

Desde las miradas extrañadas del primer día hasta las lágrimas del último. Todos vosotros, y todo lo que me llevo vuestro, son mis tesoros. Gracias, pequeñines.



La enseñanza engancha porque no se halla ni premio ni recompensa inmediata. Porque uno cree que está ayudando a otros a que encuentren su camino, a que elijan lo que les gusta y lo que no; a que se conozcan mejor y a través de ti conozcan otros mundos, otras maneras de ver la vida o de expresarse ellos mismos; a que sean libres y a que vengan de donde vengan puedan ser lo que quieran. No puede uno pararse a pensar en que crecerán.

- Margarita