Friday, January 28, 2011

Divina infancia


Yo no tenía intención de meterme en esto. Yo quería continuar en el conservatorio, hacer más cosas.
Fue esto lo que me enganchó.


Cada cual percibe el mundo a través de microcosmos. Es cierto, y aunque no hay que caer en el relativismo barato y cutre que tiene tanta gente después de estudiar a Ortega y Gasset en el bachillerato (o cuando quiere no sentirse culpable por algo), paraos un momento a pensar. El mundo es uno, todos pisamos el mismo suelo y nos cubre el mismo cielo.

Pero tú no puedes decirme cómo huele la Capilla Sixtina. Nunca has estado allí y has contemplado ese hermoso techo. No lo has visto. Si te pregunto por las mujeres, supongo que me darás una lista de tus favoritas. Puede que hayas echado unos cuantos polvos... pero no puedes decirme qué se siente cuando te despiertas junto a una mujer y te invade la felicidad.

(Qué fácil es cuando citas una película)

Todos hemos sido niños. Todos. Y la gran mayoría lo olvidamos. Es normal. No podemos vivir en el pasado, y menos cuando vives épocas duras como esa en la que eres un joven que lucha por convertirse en un adulto cuando aún está olvidando lo que es ser un adolescente.
Y entonces te pones a recordar lo que era ser un niño. Y en muchas ocasiones no acaba bien. Te cagas en sus muertos de los niños del demonio, decides que nunca tendrás hijos, te desentiendes, retrocedes cuando los ves aparecer...

Pero yo estoy viviendo ahora algo más bien diferente. Si percibimos el mundo a través de microcosmos, a veces tengo la impresión de que el de los niños es un macrocosmos. Y todo por una palabra: potencial. Divina infancia, divina inocencia. Su mundo quizás no sea tan "amplio" como el nuestro, pero sus posibilidades son ilimitadas. Estoy ahí, de pie, dándoles una clase y me pregunto qué estarán pensando. No porque me sienta mejor o peor que me presten atención. Sino porque ves pequeñas personitas, que no saben ni el significado del blanco de un vestido de novia, y te preguntas "¿Quién eres? ¿Quién serás?". Siempre me he preguntado cómo sería encontrarse con ellos dentro de 10, de 20 años. ¿Qué serán? Pueden ser cualquier cosa. A veces puedes intuirlo, decir "este será un cabrón", "este será un gran artista", "este será el alma de las fiestas". Pero lo divertido es eso. Que no lo sabes.

Porque recuerdas. Recuerdas tu vida. Recuerdas lo complicado que era todo. Cada segundo, cada momento, cada instante cuenta. Cada detalle es importante, pero solo los que tú puedes ver. Cada diminuta variante crea un camino nuevo y gigantesco. Y sabías, con una mente pícara como solo la tuya podía ser, que ningún profesor ni ningún padre sospechaba todo lo que se fraguaba en tu interior. Y entonces crecemos y vemos a los niños y pensamos en pequeñas personas para las que todo es sencillo, que si esto le hará feliz, que si esto le hará un trauma, que si esto les hará mejores personas, que si esto les llevará por el mal camino. Y resumimos sus vidas en teorías.

Porque olvidamos lo grande que es esa pequeña parte de la vida. Que con 20 años nos quedan 80 por vivir. Pero solo en 10 dimos la vuelta al mundo sin salir del patio de nuestro recreo.

¿Te das cuenta de lo hetéreo de nuestro trabajo? La labor del maestro es efímera, porque te puedes pasar quince minutos escribiendo y dibujando cosas en la pizarra, y las borras en un segundo. Si ahora entrara alguien por la puerta, verá esta pizarra en blanco y no tendrá nada para juzgar mi trabajo, nada que lo demuestre.
Todo se queda en ellos. Todo tu trabajo queda en la mente de los niños