Caminaba perdido por los lugares de la noche que no recuerdan tu nombre. La luz era tenue y el sonido dulce como el viento pero el frío se clavaba en las muñecas y se colaba por la manga. Resultaba absurdo el porvenir y el tiempo se ceñía a los segundos de ayer. El momento se traspasaba de dueño a dueño y se apropiaba del deseo y el saber. La ignorancia jugaba su papel y el camino se cruzaba con los sueños de aventura y furia.
Oye, sé que en este momento no quieres hablar con nadie, ni siquiera conmigo. Pero quiero que sepas que no tienes que preocuparte. Lo estás haciendo bien. Confía en mí como yo creo en ti. Sé que puedes hacerlo. Encontrarás el camino. Sé que lo harás porque yo nunca te voy a olvidar. Nunca te voy a abandonar. Duerme tranquilo, rompe algunos platos y llora todas las veces que necesites. El sendero es largo y duro. Pero es apasionantemente hermoso. Lo verás. Lo irás descubriendo.
Lo sabrás mañana. Ahora equivócate. Y escucha música. Jamás dejes de escuchar la música que te gusta. Porque no puedes engañar al corazón. No puedes mentirte a ti mismo.
No me puedes engañar. Es divertido ver como lo intentas, pero no puedes. Es un juego. Juégalo y punto. Lo mejor vendrá durante esos momentos de incertidumbre. Cuando todo se disuelva. Y solo quedes tú en el tablero. Las respuestas caerán como una baraja de naipes. Lo sabrás todo.
Y no sabrás nada.
Eso es lo más divertido. Pero al menos te habrás reído. Y sonríe.
Y sonrió.
Sonreí. Lloré, es cierto. Y mucho. Pero sonreí.
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