¿Por qué lo hice? Porque escuchaba artistas que hacían buenas canciones y me carcomía la envidia, la decepción, la frustración, la impotencia de un presente y un futuro donde no habrá escenarios ni composiciones sino oficinas o clases.
Esta noche me he dado cuenta de lo estúpido que fue por mi parte. Bueno, quizás estúpido no sea la palabra. ¿Egoísta? Tampoco sé si es la apropiada, pero es la que se me viene a la cabeza.
Egoísta por pensar que la música es la culpable de que yo esté fracasando en mis sueños. O en mis tonterías de adolescente, depende del día las llamo de una forma o de otra.
Hoy he chocado con imágenes de Alan Lee. Y entonces he recordado con un cariño muy cálido esos tiempos, cuando todavía estaba en primaria, y me empapaba con todo lo relacionado con Tolkien.
En aquellos tiempos no existían las películas del Señor de los Anillos, así que todo lo que sabías de él estaba en libros. Y en dibujos.
Dibujos que no representaban escenas. Dibujos de un color que a los ojos de un niño representaban la misma imaginación.
Y una especie de extraña paz.
Dibujos que te permitían sentir y oler el viento. Donde los campos no eran campos, sino fantasía que podías tocar.
Donde los orcos no eran ni máscaras ni sinónimos de persona fea en internet. Donde los orcos eran monstruos. No monstruos de cuentos de hadas. No monstruos de terror. Eran monstruos de fantasía.
Lugares que expresaban una idea.
Momentos que lo decidían todo en tu cabeza.
Dibujos que te hacían comprender que los elfos no son pelucas rubias y orejas puntiagudas. Los elfos eran seres que aunque tenían forma humana no se parecían a nada que perteneciese al mundo de los humanos. Que poseían una belleza tal que no se podía describir con rasgos, sino con sensaciones.
Porque Tolkien no describía lo que veías. Describía lo que sentías. Y entonces veías el dibujo y no te ayudaba a visualizar lo que imaginabas, sino a comprender lo que sentías.
Y todas estas imágenes que me han transportado a mi infancia tenían una música de fondo. Porque en estos tiempos la música del Señor de los Anillos no eran orquestas épicas.
El Señor de los Anillos era Enya. Era la voz de mujeres celtas.
Y al recordar todo eso pienso
¿Cómo puede la música ser una actividad deprimente? ¿Porque unas canciones me recuerdan que no soy un gran músico?
La música es más. Mucho, muchísimo más que eso. Y estoy encantado de haber vuelto a recordarlo.