
¿Sabéis una cosa? Hoy quiero alzar mi copa por todos aquellos momentos en los que decidí que lo que más necesitaba era estar triste. Esos momentos en los que sentía que lo único que era capaz de hacer era dar un paseo con las manos en los bolsillos y la cabeza gacha. Esos momentos en los que, sin ningún acontecimiento especialmente trágico ni traumático, sentía ese desagradable mordisco en el corazón, que es difícil distinguir si es agrio o dulce.
Esos momentos que este viento trae, con su frío casi invernal, saliendo de dedos, nariz y orejas.
Esos momentos en los que por mucho abrigo que lleves encima, siempre estarás desnudo.
Porque ahora me siento con ganas de coger el coche (porque ahora puedo, chincha), irme a Sevilla y dejarme llevar a ver qué me encuentro, sabiendo que volveré a casa terriblemente decepcionado (bueno... aunque la última vez que hice eso acabé consiguiendo una cita pero... no puedo ir con esa esperanza siempre. Y creo que nisiquiera querría que volviese a pasarme).
Porque este frío y la borrachera te hacen sacar lo que llevas dentro y escondes. Ambos sacan a relucir tristezas ocultas. Y no soy pesimista. A veces esas tristezas tienen que salir. Tenemos que dejar que se expresen.
O al menos, yo quiero dejar que se expresen. De vez en cuando, perder el tiempo estando paseando por la fría Sevilla.
Un brindis por la tristeza. Porque es la única que sigue a nuestro lado en los peores momentos. ¿O alguien me lo puede negar?